Todo surgió en aquella conversación con Alejandro, cuando me pidió que escribiera un relato para su blog. A cambio, le dije, tendrás que escribir la segunda parte de uno de mis relatos. Es un experimento que ya hice otra vez con otro amigo, y resultó muy divertido. Entonces Alejandro empezó a escribir la segunda parte de Good Bye, y cuando me la envió resultó que su interpretación de mi relato y de su continuación era completamente diferente a la que estaba en mi cabeza, lo cual nos pareció muy gracioso.
Comenzó así un intercambio de puntos puntos de vista que, sin quererlo, fue desviándose hacia la idea de compartir un proyecto literario. Entre las diferentes opciones, decidimos escoger un momento vivido por una pareja, y plasmarlo por separado sin que ninguno de los dos supiera nada del relato del otro, para luego juntarlos y ver el resultado. En este caso, se trata del momento anterior al Good Bye, cuando algo ocurre entre los dos y deciden separarse. Por supuesto, tuvimos que acordar algunas cosas de antemano, como el tiempo verbal y un par de momentos que se repiten en los dos relatos para darles cohesión, pero el resto fue completamente independiente hasta hoy, que compartimos los relatos.
El resultado es este.
Él.
No me lo podía creer. Cómo había podido hacerme esto? Estaba allí, frente a ella, después de tantos años, y no la reconocía. Esos ojos, esa boca… vagamente me sonaban, pero ya no sabía a quién pertenecían. Sentía como una fuerza inmensa oprimía mi pecho. Tenía ganas de llorar. No, en realidad no quería llorar, lo que quería era gritar. Gritar hasta quedarme sin voz, gritarle que se fuera y que no volviera nunca más. Pero no conseguía articular ni una palabra. El suelo se movía bajo mis pies, como queriendo llevarme a algún lugar. Quizás a algún lugar lejos de allí, donde nada tuviera sentido. Porque ya nada tenía sentido.
Levanté la mirada y de repente me encontré con la suya. Me fulminó descubrir que ya no veía nada a través de sus ojos. Lo que antes era transparente de repente se había convertido en algo tan opaco que lo único que generaba eran reflejos. En ellos veía ahora mi rabia reflejada, mi impotencia, mi decepción. Por un instante dudé de lo que estaba viendo… era el reflejo de mis propios sentimientos o era que ella estaba sintiendo lo mismo? No, no podía ser. Ella era la que me había fallado a mí, por qué iba a sentirse traicionada si todo era culpa de ella? Porque yo no nunca hubiera reaccionado así de no ser por…
Espera un momento, qué era ese destello en sus pupilas? No, no era posible… Sus ojos se estaban volviendo brillantes, se estaban empapando, de esa manera tan cruel que yo no podía soportar. Por favor, no llores. No, ahora no… espera un…
Instintivamente, me di la vuelta y me dirigí a la habitación. Necesitaba irme de allí cuanto antes, pero a la vez necesitaba llevarme algo conmigo. Aquella bufanda que ella me había regalado hacía tiempo, y que había significado tanto para los dos, no podía quedarse en aquel lugar. Debía llevármela conmigo. No pude encontrarla en la habitación, recorrí la casa en su búsqueda, y finalmente abrí el cajón que la guardaba con recelo. Iba decidido a cogerla, sin embargo, un pensamiento me detuvo. Si me la llevaba estaría llevándome su recuerdo, y eso era precisamente lo que quería olvidar. ¿O no? Me quedé mirando la bufanda durante unos segundos, que se dilataron en el tiempo al igual que las pupilas de sus ojos se dilataban hacía apenas unos segundos. No quería llevármela conmigo porque ya no me pertenecía, al igual que esa mujer que estaba inmóvil a mi lado. Tampoco esa casa, a la que no volvería nunca. Ya no eran mías, no podía llevármelas. Debía dejarlas ahí, y marcharme lejos, donde no pudieran encontrarme.
Sin darme cuenta ya había cogido la bufanda… ¿qué iba a hacer ahora? Quería tirarla, quería arrojarla con fuerza pero algo me lo impedía. No podía dejarla, tenía que llevármela conmigo. Tenía que llevármela porque sería lo único que me recordase lo feliz que había sido durante todos estos años. Sería mi único lazo con ella. Pero no quería ningún lazo, lo que quería era largarme de allí y no volver nunca más a ese lugar, y no volver a ver esos ojos en mi vida. No quería tener ningún recuerdo, porque ya no se merecía tener un sitio en mi corazón… ¿y qué haré cuando la eche de menos? Pensaba… Porque la voy a echar de menos… No! No podía echar de menos a alguien que me había hecho tanto daño, tenía que olvidarme de ella. Deja la bufanda, tírala con fuerza y escapa. Me dije. Márchate corriendo y no mires atrás, márchate ahora, y deja la bufanda ahí.
Me dirigí a la puerta apresuradamente, la abrí y eché a correr. En mi mano llevaba la bufanda que ella me había regalado cuando aún me quería, y no conseguía soltarla.
Ella.
La situación se precipitó, era una confrontación que no por esperada habría sido más llevadera. Lo más increíble para ella fue su cara de sorpresa. ¡No se podía creer su reacción! Lo habían construido juntos, equilibrado su relación y sus caracteres. Lo había analizado, interpretado, desmenuzado, previsto, estudiado bajo todo tipo de enfoques junto a Anna, su verdadero apoyo desde hacía demasiado tiempo. Ahora lo comprendía todo. Las virtudes se convierten en defectos según las circunstancias. Su nula habilidad para evolucionar, entenderla o entenderse a sí mismo eran su lacra. Ella sabía que llevaba su parte. Las cosas se hacían a su manera o exigían una dolorosa negociación. Si cedía malo y si no, peor. Nadie es fácil de tratar.
La verdad es que alivio fue lo primero que sintió. Todo iba a terminar. Estaba esperándole, obviamente desde hacía demasiado. A aceptar que no tenía más objetivos. La situación tal como estaba colmaba sus expectativas en la vida y cualquier revolución debía proceder siempre de ella. Pero ya no tenía ilusión por tirar del carro. Podía ignorar los silencios, pero la sumisión (nunca, ni en el más penoso de sus sueños, había esperado acabar como sus propios padres) le resultaba intolerable. Lo tapaba todo.
Quiso hacerle daño, pincharle para ver si sangraba. Le parecía la única salida y eso que nunca se había tenido por alguien cruel ni mezquino. Tenía miedo de sí misma. Las dudas se cernían sobre su decisión, compasión o cariño, o simplemente un recuerdo de lo que habían compartido. No había vuelta atrás.
¿Habría valor para confrontar los hechos? Era duro y sabía que dignidad y orgullo tenían que salir, debían salir, necesitaba que salieran. Podía luchar, si no luchaba… Lo vio ir a la habitación, abrir el armario, la cómoda, volver al lavadero, habitación otra vez. Aguardaba impaciente a que algo ocurriese o la ternura se impondría. Buscaba algo, una clave, una solución. Pero no decía nada, miraba al pasar, de reojo, seguía su camino. Y al final la encontró, como el final de una búsqueda personal, el final de su camino juntos, sacó la bufanda del cajón, no recordaba cómo había llegado hasta allí. Se produjo una descompresión total, su mente se fue, conocía la sensación, después de un largo período de stress, el relax de pasar una dura prueba.
Sus silencios encerraban una vida interior. Supo que las cosas podrían haber sido distintas, no necesariamente mejores pues el listón estaba bastante alto, pero tanto como si hubiesen sido dos personas diferentes y el recorrido, otro. El final alternativo, nunca lo sabrían pero le gustaba más su película.
No quiso exteriorizar sus conclusiones porque no sabía cómo reaccionaría, la seguridad la había abandonado. Su relación pasó directamente a la condición de recuerdo y sabía que sería uno bueno, de los mejores, pero esa misma seguridad la acompañaba en la convicción de que todo había terminado.
Se quedó de pie esperando. Él, con la bufanda en la mano. No duró mucho. En realidad fue bastante vertiginoso. Pasó a su lado, salió de la habitación y se marchó. A partir de ahí, pues la nada. ¿Qué hace uno después de semejante momento? Cualquier actividad parecería una falta de respeto y se quedó allí mirando por la ventana. No tenía sentido, cogió la cartera y las llaves y bajó al super, tenía que acordarse del papel higiénico, que ya no quedaba.